miércoles, 16 de julio de 2014

Hoy, hace un año.





Justamente hoy, hace un año, dejé de publicar entradas en este blog abruptamente y sin precio aviso. Ese día, lo recuerdo perfectamente, a las 18:32, mi mujer, me hizo parar el motor del coche que acababa de arrancar para ir a comprar. Se hizo el silencio más denso que anticipaba le peor presagio. Mirándome a los ojos, en un acto de valentía sin comparación, me dijo: "Me han detectado un meningioma en el cerebro y tienen que quitármelo ya. Es algo muy grave pero necesito que lo afrontes conmigo, a mi lado, junto a mi."

El tiempo se paró, la respiración se paró, la luz se paró, el futuro se paró, el viaje a China previsto a cuatro días vista se paró, la realidad de paró. Y fue imponiéndose una sensación pegajosa e irreversible de irrealidad, de mal sueño. Nos esperaban meses de espera, dolor, preocupación, angustia, pero también de compenetración, confianza, complicidad, residencia, superación, supervivencia, celebración de la vida a tragos largos y profundos.

Exactamente un año después -he sido incapaz de hacerlo antes- retomo el blog-espejo que abrí entonces para darme a mi mismo cuenta de nuestro viaje a China. Lo hago con la misma ilusión que lo hice entonces, matizada por lo vivido en este año. No soy el mismo. No puedo serlo. He dejado muchas cosas por el camino, un camino largo, sinuoso, imprevisto... Un camino que se pierde por entré la maleza de unos recuerdos que  creí poder mantener a ralla. Pero no...

En la imagen que aparece en esta entrada puede verse el papel sobre el que escribió mi mujer cuando subió de reanimación tras una intervención de 8 horas. Una frase que esconde tras su simplicidad una auténtica resurrección, un regreso a la vida en toda regla, un nuevo transitar por los repechos de nuestras vidas en común. El ejercicio de caligrafía como prueba de que no hay límites, ni fronteras, ni barreras ante nosotros mismos y lo que creemos representar.

No existen los puntos y seguido. Sólo los puntos y aparte como permanente prolegómeno al punto final que nos señala a cada paso, en cada esquina del día que no tan siquiera podemos intuir al iniciarlo al despertar. Volviendo a casa porque uno nunca acaba de volver del todo. Porque siempre se queda en algo o el alguien. En mi caso, me quede suspendido, congelado, recogido en ese 16 de julio de 2014. Y sólo ganare movilidad si acepto permanecer sin retrasos.







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