lunes, 1 de julio de 2013

Fusang




Me planteo la cuestión al revés. Que huella de mi presencia dejare en China tras mi viaje. Es curioso. ¿Qué queda de nosotros en el lugar que visitamos tras hacerlo? Si hacemos una silla, la silla queda como testimonio mudo de nuestro paso por allí. ¿Pienso dedicarme a hacer sillas? Por qué no. A lo mejor alguien me enseña a hacerlas y consigo que alguien se siente en ella... a esperarme.
Siento desde hace tiempo una inmensa necesidad de producir cosas con las manos, artesanalmente, haciendo que intervengan en el proceo mis extremidades superiores. Doblar mis dedos, presionar, unir, medir, separar, alterar, transformar. Me paso todos los días dándole forma a ideas, ideas que acaban materializandose, claro, en personas, cosas, materiales, trazas físicas de lo pensado previamente... aunque tomando presencia de una forma disinta a lo imaginado. Justamente ahí reside el misterio que no he sabido todavía resolver. Espero no conseguirlo nunca. Deseo generar con mis manos cosas materiales cuya idea no implique nada nuevo, con la condición de que haya sido llevada antes a la realidad infinitas veces antes que yo. Todas distintas sin agotar el hecho de que alguien distinto lo intente de nuevo... y lo consiga. Consiga lo mismo de manera diferente como material para el recuerdo.
¿El recuerdo? ¿Cuanta gente me recordara después de que me haya ido de allí? ¿Mis compañeros de clase, mis profesores, las personas que van a alojarnos? ¿los encargados de registrarnos el primer día? ¿los pacientes y gratos practicantes de tai chi a los que intentare unirme cada día cuando practique el tao de la grulla? ¿los miles de transeúntes con los que me cruzare cada día?  ¿El taxista que me llevara a la universidad? ¿Los funcionarios encargados de estampar el sello de entrada en mi pasaporte? ¿Las luces de neón? ¿Los espejos? ¿Las tejas de los si he yuan  四合院 (las casas de los cuatro tejados)?  En ese sentido viajar se parece sospechosamente a morir. Buscamos la permanencia más allá de la presencia por mil pasadizos paralelos. A toda costa. Pagando cualquier precio.
 
Intuyo qué el único seguro al respecto reside en mantener una inmensa sonrisa que acompañe al recuerdo que deje de mi viaje en los que salgan a mi encuentro para trascenderlo. También deseo plantar un cerezo o árbol de fusang*. El reto consiste en encontrar dos amigos que lo cuíden hasta mi regreso. ¿Puede quedar algo mejor tras de ti?
 
De acuerdo con las crónicas chinas una legendaria tierra conocida como Fusang (扶桑) fue descubierta al este del mar por Hui Seng (慧深) un monje budista de 23 o 24 años de edad que se embarcó en un viaje desde la costa norte de China hacia mediados del siglo V d.C. De acuerdo con Hui Seng la tierra de Fu Sang se encontraba a 20 mil li de distancia de la Tierra de Da Han, es decir, a 10.000 Km al este de China. El estado abundaba en árboles de Fu Sang y de allí vino su nombre. Dicho árbol tenia hojas que se comían y daba una fruta que parecía perlas rojas. El árbol era muy importante pues de él se obtenía una corteza de la cual realizaban papel para escribir y así mismo sacaban algodón para realizar sus telas y poderse vestir.

 

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