En poco más de un mes inicio junto con mi mujer nuestra travesía a China. Los diarios de viaje se comienzan cuando uno está próximo a su destino, con el sonido de los motores del avión o del tren todavía zumbando en tus oídos, el equipaje recién deshecho en una habitación virgen de hotel, las primeras horas arrojadas al vaivén frenético del trasiego de taxis, planos, direcciones y cambios de divisa.
Pero, en mi caso, esto no va a ser posible porque de algún modo yo ya "estoy" en ese destino desde el momento en el hace casi un año comencé a estudiar chino. El lenguaje ha sido mi principal medio de transporte... cultural. Lento... pero seguro. Pausado... pero profundo. Siento una extraña familiaridad hacia China. Esa sensación inexplicable, incomprensible de haber estado allí antes, de haber vivido y sentido, de haber emprendido, de haber crecido, de haberme ido... para un día... poder volver que es justamente lo que haré en un mes. No voy a China, vuelvo a ella. ¿Lo entienden? No importa. En realidad este es un viaje de vuelta, no de ida, o de vuelta e ida. Ese "deja vu", extraño, sin base racional alguna, es el que se sitúa en el mismo arranque de mi periplo que físicamente comenzara el próximo 26 de julio pero que culturalmente se puso en marcha el día en el que un grupo de representantes de importantes institutos y asociaciones culturales estudiantiles chinas visitaron el museo en el que trabajo. Los acompañaba la que acabaría convirtiéndose mi Hanyu laoshi, mi profesora de chino, Pan Jie, brújula de esta tarea ingente que me he propuesto (se requieren varias vidas para ello): comprender, asimilar, incorporar y amar la cultura China y su lengua.
Por eso todo lo que vaya anotando en este blog hay que entenderlo más como un reencuentro con algo antiguo que como un descubrimiento de lo nuevo. Como algo que atañe a lo que he sido, no a lo que seré. Es casi una cuestión de identidad, identidad perdida y reencontrada en el rincón de un largo viaje de estío. Volver a ser lo que se ha sido... sin haberlo podido llegar a ser. No es un juego de palabras, en ocasiones es la esencia de un destino compartido. Y es que mis coordenadas vitales me emplazaron un 17 de junio de 1970 en un lugar -Valencia- en el que abundan las naranjas, el arroz, la pólvora, las anguilas, los patos, y el papel... ¿Les suena?
Hay una anécdota de mi infancia que me persigue desde pequeño y que enlaza precisamente con esto. Cuando me llevaron a mi madre tras el parto, una de las enfermeras le dijo estando ella todavía un poco grogi por la anestesia: "Mira que chinito más guapo te traigo.". Según parece yo tenía los ojos rasgados de recié nacido. Por eso me reconozco en el niño que aparece en esta foto intuyendo que la cara que puso mi madre al recibirme no seria muy diferente de la expresión de orgullo que podemos contemplar en el rostro del abuelo de la imagen.
Un ser humano se construye una identidad -o varias- a lo largo de toda una vida. Vivir es construirse con materiales muy diversos: tiempo, lugares, personas, momentos... recuerdos, recuerdos que se rescatan del olvido. Recuerdo imposible, recuerdo traído no sabemos de dónde, aunque sabemos que esta ahí porque llega para quedarse en forma de viaje sinuoso, porque ¿puede recordarse lo que no se ha vivido?
Para mi este viaje es una buena demostración de ello porque ante todo y sobre todo voy allí para recordar. Recordarme. Como se hacía en los mismísimos Palacios de Memoria de Mateo Ricci. Un recuerdo vale toda una vida. Porque todo viaje -exterior- tiene mucho de impostura. Creer que la cultura funciona por ósmosis como los equilibrios químicos en una célula es un error de principiantes. Uno no puede ir a China a conocer su cultura creyendo que la va a a encontar en los veinte lugares prefabricados que han preparado para él las agencias turísticas en una suerte de fast food cultural de usar y tirar para volver a casa -esta vez sí- con tema de conversacion para ilustrar de forma exótica reuniones de familiares, amigos y conocidos. Yo no voy a China a conocerla, voy a reencontrarme conmigo mismo conociéndola, que es muy distinto. Por eso sé que, aunque resulte paradójico, de este viaje no vendré distinto, sino siendo más yo mismo que antes. En el fondo todo viaje cuestiona tu identidad, secuestrándola por unos instantes para afianzarla o hacer que se tambalée al confrontarla con lo inconmensurable. Todo lo que vea, piense, sienta, imagine, relacione, aprenda, asimile... en este recorrido, que es sobre todo una pasarela en zig zag desde mi mismo hacia mi interior pasando por la memoria perdida de algún modo, lo haré en clave de recuperación, de retorno, de svolta como dicen los italianos, de bucle, de vuelta a casa en suma... porque ya iba siendo hora ¿no creen?
Será curioso comparar la última entrada que escriba en este blog en relación al viaje con ésta. Desconozco su contenido. Lo que sí sé es que a diferencia de la presente la realizaré el mismo día que ponga los pies en Valencia, y que la titularé "Irse de casa".